Me alegré de que la primera cuestión que se nos planteó en la conversación del pasado mes de julio en Tabakalera tuviera que ver con la biografía: “¿Cómo fue tu encuentro con el taichí; qué es lo que esto representó en tu vida?”. Miro a mi alrededor –en el espacio y en el tiempo–, y pienso que cualquier pequeña variación hubiera desencadenado una historia personal muy diversa a la mía: haber nacido unos pocos años antes o después; en la familia de mis primos o mis vecinos; mujer en lugar de hombre; etc. Y lo mismo para las circunstancias sociales: otro paisaje, otra historia reciente, otro país, otra cultura… Contra lo que cada vez se nos insinúa o se nos grita con más violencia –“construye tu vida, tú eres el protagonista y el único responsable de tu destino…”–, pienso que nuestro quehacer en el mundo pasa por convertir aquellas circunstancias dadas en destino, y asumirlo como tal: ése es nuestro margen de libertad y realización.
Por eso me resulta fantasmal y muy sospechoso alguien que pretende carecer de biografía, de historia, de particularidad. Cuando un ser humano se me presenta así, en nombre de una Verdad Absoluta y prometiéndome la salvación, sé que estoy ante un clérigo; ante un mercader que trafica con el lado más difícilmente tratable de la vida –la vulnerabilidad, la enfermedad, la mortandad…– justamente con lo que nos hace específicamente humanos. Alguien que para ofrecernos la “realización”, pretende saltar por encima de todo ello está deshumanizándonos para “ponernos a salvo”. Todas las religiones tienden a ello, pero el cristianismo, en cuanto que estableció un hito histórico –la encarnación divina, la muerte y resurrección de Dios, etc.– es menos propensa a este tipo engaño de principio, comparado a las “sabidurías orientales”.
Un detalle curioso no me pasó desapercibido en relación a Yuan Limin: ni sus alumnos más cercanos conocen su año de nacimiento. En las leyendas y los antiguos cuentos chinos hay una referencia muy común a “los inmortales”, a los “inmortales taoístas” en particular. Yuan Limin se nos presenta como representante de la 15º Generación de Maestros de Wudang Xuanwu, como abad del monasterio Zhang Sanfeng”, (mítico taoísta creador del taichichuan en las montañas de Wudang), y su discurso es estrictamente religioso: “El taichí es la expresión de la milenaria sabiduría taoísta, una sabiduría de la filosofía china. La práctica del taichí nos permite conocer que somos individuos únicos e irreplicables entre el Cielo y la Tierra. Nos permite suturar la brecha entre el cuerpo y la mente y así curar las enfermedades del cuerpo, hacer desaparecer la ignorancia y el egoísmo y volvernos sabios y felices”. Lo llamo religioso pues nos ofrece una Salvación en términos absolutos, a través de la práctica de ciertos ritos o liturgias –en este caso, el taichí– y sustentado en determinadas creencias cosmogónicas –“la milenaria sabiduría china que el taoísmo recoge”–. No es casual que un representante de tal religión se sitúe fuera del tiempo y, lo único que nos cuente de su vida particular sea que tuvo la ventura de ser conducido desde niño a los pies de su maestro, que éste se prestó a transmitirle su arcana sabiduría, la que ahora debe celebrar y transmitir por el mundo. En el rótulo incluido en el vídeo de nuestra “conversación”, Yuan Limin es presentado obviamente como “Maestro” y un maestro así debe carecer de biografía.
Mi posición es justamente opuesta. No opuesta/complementaria como el yin y el yang, sino enfrentada a lo que considero una impostura que hay que denunciar. No sólo comencé mi exposición hablando de mi biografía, de las circunstancias particulares que me empujaron a explorar cierto Oriente –que incluía el taichí– ligadas a un momento histórico y generacional muy particular, sino que traté de dar algunas pinceladas sobre las circunstancias históricas que han conducido al taichí a convertirse en una más de las ofertas deportivas y de wellness de la actual sociedad “deportivamente movilizada”[1]. En su China de origen, la historia del taichí ha estado ligada muy en particular al convulso siglo XX: desde la rebelión de los boxers (1900) al triunfo del maoísmo y su implantación como gimnasia de masas, o a la represión de movimientos como Falun Dafa en la última década hasta hoy. Que la única referencia de Yuan Limin a su país fuera para decir que “se han dejado atrás la inestabilidad y la cultura ha comenzado a restaurarse” cuando miles de chinos son detenidos, torturados y asesinados; confinados a campos de concentración por “atentar contra el Estado” como miembros de un grupo también religioso que practica parecidos ejercicios a los que él propone y que emanan de la misma “sabiduría milenaria”, mientras que los templos de Wudang de los que él proviene se hayan convertido en parques temáticos[2], no parece resultarle significativo.
Tampoco provocó ninguna respuesta por su parte el que yo denunciase como nada inocentes los “discursos vacíos” en los que se anima a “hacerse flexible como el agua” –nuestro reciente caso del “falso Shaolín” de Bilbao resuena demasiado en tales discursos–. Tampoco la observación de que un maestro renuncia a exhibirse y a realizar promesas de invulnerabilidad o de salud perfecta pues, de esta manera, no hace sino fomentar las fantasías de sus alumnos y alimentar su propio delirio…
Aposté por asumir el lugar del maestro –lógicamente, el rótulo sobre mi nombre en el vídeo dice “profesor de taichichuan”– y hablé de las condiciones que considero propias de tal condición: asumir la responsabilidad de tomar la demanda implícita del alumno renunciando a prometer beneficios y a establecer distancias insalvables que alimenten los delirios antes mencionados. Para ello, comenté, es necesario tener una biografía, haber muerto más de una vez para reconocer las demandas implícitas en cualquier relación de aprendizaje. Pero, como decía, “un Maestro no tiene biografía”; él habita ya las mieles de la inmortalidad, más allá de este espacio y este tiempo ordinarios.
Acaso haya que preguntarse cómo es que un discurso así –una oferta así–, religiosa y exótica hasta la caricatura, quepa en un “Centro Internacional de Cultura Contemporánea” como Tabakalera. La hipótesis que he explicado en otro lugar[3] es que tales instituciones, cada vez mejor instaladas entre nosotros son una expresión más de la parquetematización de nuestra vida urbana en la que la cultura es valorada más y más como “riqueza turística” en la que “turistas” no son sólo los que vienen de paso sino todos nosotros. En el parque temático, todo saber está a nuestro alcance y no se pide nada a cambio de tal conocimiento. Los escenarios del espectáculo se alteran frenéticamente –la agenda cultural de una ciudad como Donostia es inflacionaria hasta el vértigo–, pero todos tienen el mismo sabor a nada: todo debe ocurrir rápida y frívolamente para que nada ocurra. Recordaba en la “conversación” que, en tales circunstancias, las posibilidades de que una práctica como la del taichí pueda provocar transformaciones de cierto alcance son escasas. Marcados como estamos por relaciones autoritarias de poder y extremadamente susceptibles a cualquier relación jerárquica, es la misma posibilidad de un marco de aprendizaje el que se desactiva. Por eso, el Maestro que ignora deliberadamente esta contingencia y nos promete Sabiduría y Felicidad a bajo precio debe comenzar negando su propia biografía.
[1] En este sentido, mis observaciones son una continuidad de lo que expliqué unos meses atrás en el mismo programa Ariketak de Tabakalera: Eros, Thimos y movilización deportiva. Tres preguntas y dos adendas desde una mirada Extremo-Oriental.
[2] Referencia al artículo Taichí en el parque temático.
[3] El artículo antes citado.