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KICHWAS, SHUAR Y OTROS PUEBLOS ORIGINARIOS

En Ecuador se reconocen catorce nacionalidades, con otras tantas lenguas habladas. El kichwa es la más extendida, de origen inca y compartido por dos millones y medio de hablantes, incluidos los de Colombia y Perú. Los shuar viven en la Amazonía, en territorios de los actuales Ecuador y Perú. Son alrededor de 80.000 y la mitad de ellos se expresa en su lengua indígena. El resto de los grupos son más reducidos –los cayapa, los andwa, los waorani…– y algunas de sus lenguas en peligro de extinción.

La constitución vigente desde 2008 en Ecuador reconoce expresamente los derechos de estos pueblos originarios, en 21 artículos de su capítulo cuarto: “Mantener, desarrollar y fortalecer libremente su identidad, sentido de pertenencia, tradiciones ancestrales y formas de organización social” (57.1). “Conservar la propiedad imprescriptible de sus tierras comunitarias, que serán inalienables, inembargables e indivisibles” (57.4). “La consulta previa, libre e informada, dentro de un plazo razonable, sobre planes y programas de prospección, explotación y comercialización de recursos no renovables que se encuentren en sus tierras y que puedan afectarles ambiental o culturalmente” (57.7). “Desarrollar, fortalecer y potenciar el sistema de educación intercultural bilingüe, con criterios de calidad, desde la estimulación temprana hasta el nivel superior, conforme a la diversidad cultural, para el cuidado y preservación de las identidades en consonancia con sus metodologías de enseñanza y aprendizaje” (57.14). Lenguas reconocidas, por tanto, oficialmente, y apoyadas teóricamente en todos los niveles. La práctica, sin embargo, deja en papel mojado todas estas declaraciones pues carece de recursos económicos y voluntad política para hacerlos efectivos.

“La educación bilingüe nació en los corredores de las casas; niños, niñas y adolescentes de la comunidad eran los alumnos, también participaban mayores, adultos y casados –los padres casaban a los niños para que no fueran tan fácilmente violados por patrones, mayordomos y mayorales–. Luego se trasladó a la casa comunal, construida por la propia comunidad en minkas –trabajo comunitario–; el Estado solo aparecía para cobrar impuestos. Esta insurgente educación nada formal jamás enclaustró a los alumnos para enseñar. Por el contrario, fue en espacios abiertos, abiertos de mente y corazón, en sintonía con la realidad comunitaria, identitaria, en su propia lengua matriz (kichwa), en su propia cultura y cosmovisión, sin privilegiar la racionalidad sino sincronizando los ritos, los mitos, los símbolos de la filosofía indígena”. (Yaku Pérez, Reforma Educativa  y Etnocidio Cultural. ECURUNARI, 2019)

Fuente: informe UNICEF 2008




EXTRACTIVISMO EN AMÉRICA (YASUNÍ Y QUIMSAKOCHA)

Lo que aconteció en Europa hace 500 años –la emergencia y el desarrollo de la Era Moderna– ha sido explicado por la convergencia y la sinergia de diversos factores. No se trataba de una zona especialmente poblada o próspera –China triplicaba su población y su poderío técnico, político y militar era infinitamente superior– pero convergieron en ella diversos factores que hicieron posible lo que después se llamó “globalización”. Entre ellos habría que destacar el surgimiento del Estado moderno, con su alto grado de concentración de poder, a partir de la conquista y unificación de los antiguos reinos feudales. En aquellas cortes se reunieron científicos, militares, artistas o pensadores abiertos a las nuevas tendencias que impulsaron la creación de las estructuras y de los ejércitos de los imperios emergentes. Los pilares del sistema económico que después fue llamado capitalismo, incluido el sistema bancario moderno, se establecieron también en aquella época. En los cuatro siglos posteriores, el ascenso y la decadencia de los imperios se decidieron en su capacidad de dominar los grandes océanos. Los españoles y los portugueses fueron los primeros en encabezar la carrera, gracias a las hazañas que encadenaron en el “descubrimiento de América”.

No hace falta insistir en que no se trató de ningún descubrimiento, ya que aquellas tierras habían sido conquistadas, habitadas y recorridas por diversos pueblos e imperios anteriormente. Aquella operación, hoy aún vigente, trajo consigo el genocidio más grande de la historia conocida, de forma que los habitantes de la época quedaron aniquilados o marginados a través de guerras, epidemias y el trato que padecieron por parte de los nuevos conquistadores. La Era Moderna trajo consigo una explosión demográfica en Europa y la casi desaparición de los pueblos de América. Los trece millones de habitantes de Norteamérica del siglo XVI fueron reducidos a uno en cinco siglos, y obligados a abandonar sus tierras e instalarse en las “reservas”. Sus mujeres fueron masivamente esterilizadas en el siglo XX –hasta un 40%–, cuando sus índices reproductivos triplicaban a los de la población blanca. En Centro- y Suramérica las cosas no funcionaron exactamente igual, pero sus pobladores, cuando no fueron aniquilados, fueron esclavizados al servicio de los colonos y los criollos que les siguieron.

La fiebre del oro se propagó desde el comienzo y miles de “indios” dejaron su vida en aquellas minas y en las de plata. Los recursos imprescindibles para financiar las aventuras imperiales encontraron abundantes fuentes de ingresos: Los Dorados y las Nuevas Arcadias resultaron fundamentales para la acumulación capitalista en marcha. Aunque, tras arduas discusiones teológicas, los “salvajes” fueron tomados pronto por humanos, esto no impidió que se les sometiera a esclavitud; y cuando resultaron demasiado débiles o escasos para la dureza de las plantaciones o las minas, se esclavizó a los africanos: era la costumbre.

HISTORIA Y ACTUALIDAD DE LA MINERÍA

Los norteamericanos no eliminados fueron obligados a desplazarse de las tierras fértiles a los desiertos, y de los valles a las montañas. Pero, más adelante, muchos de aquellos parajes inhóspitos resultaron estar marcados por una nueva maldición: los codiciados minerales de sus subsuelos. Eran ricos en petróleo, oro, cobre, uranio, carbón o níquel. Un tercio de las reservas de carbón de los EEUU y la mitad de las de uranio se descubrieron en las reservas indias. El Allotment Act (“Acta de Adjudicación”) firmado por el Congreso norteamericano en 1887 había establecido para entonces el criterio a seguir: “La propiedad comunitaria resulta peligrosa para el desarrollo de la libre empresa”. Y lo mismo ocurrió en el extremo sur, cuando los mapuches de Chile fueron expropiados por el gobierno de Pinochet. A veces, estas expropiaciones tomaron forma de “intercambio comercial”: todo el estado de Nueva York fue “comprado” por mil dólares en 1779.

Este mismo otoño nos llegan noticias de Cauca (Colombia): “asesinados varios indígenas y sus jefes por grupos armados incontrolados”. Noticias que se repiten cada poco. En las tierras de los urace y los kokonuko, bajo el volcán Purace, se explotaron las minas de azufre, actualmente a punto de cerrar, dejando un paisaje lunar. Unos 15.000 nativos trabajaron allí en los años de mayor actividad. Celanese, la empresa explotadora, firmó un contrato por el que indemnizaría a los nativos por el destrozo de sus tierras, pero el gobierno prohibió el trato (“usarán el dinero para armarse”). Se declaró la huelga; unos 45 mineros fueron asesinados en los años siguientes.

El petróleo se extrae intensivamente en Ecuador desde los 70. Los Waoranis fueron expropiados sin indemnización. Lo mismo ocurrió con los ashaninca de Perú o muchos pueblos amazónicos de Brasil para deforestar y crear inmensos campos de cultivo para la ganadería. Los Yanomami, uno de los pueblos indígenas más extensos de Venezuela y Brasil están desapareciendo: su subsuelo es rico en oro y estaño. Los Nambikuara del Mato Grosso eran unos 15.000 a principios del siglo XX; hoy quedan unos cien, después de que sus tierras fueron bombardeadas con el famoso “agente naranja”, el defoliante utilizado en Vietnam…

Las formas de expoliación apenas se transformaron tras las independencias de los Estados americanos en el siglo XIX. Como hasta entonces, la destrucción de territorios o los asesinatos prosiguieron igualmente. Pero lo cierto es que la constitución vigente en Ecuador desde 2008 reconoce los “derechos de la Naturaleza” y ofrece todo un epígrafe a los derechos de sus catorce nacionalidades: derechos a sus tierras, a sus lenguas, a sus formas de vida, a su identidad… desgranados en 21 capítulos. Poco más que papel mojado.

Es más fácil detectar y extraer los minerales a mayores profundidades con los medios tecnológicos actuales. Lo que antes requería de largos años y de mucha gente se lleva a cabo actualmente con un puñado de personas y en poco tiempo. El efecto es el habitual: tierras devastadas, poblaciones expropiadas y desestructuradas, tierras y aguas contaminadas. Y en ello, apenas se distingue a los gobiernos progresistas de los más conservadores: los ministros de minería de Venezuela o de Brasil, de Argentina o de Ecuador acuden a la gran feria anual de Toronto a buscar compradores entre las mismas multinacionales.

Finalmente, las concesiones mineras actuales se venden a cargo de las deudas públicas de los “países pobres”; deudas que no cesan de crecer, hipotecando a las nuevas generaciones. China aparece a la vanguardia de esta estrategia, haciéndose con más y más yacimientos en África y América del sur a cambio de sus “créditos para el desarrollo”. El informe Oxfam América 2010, citando a economistas del Banco Mundial, resulta categórico a este respecto: “En los 95 países investigados entre 1970 y 1990, cuanto mayor es su dependencia de la exportación de los recursos naturales, menor es su crecimiento en el PIB (“Producto Interior Bruto”)”.

Los entornos pobres se empobrecen aún más tras la explotación minera. En el caso ecuatoriano, según la ley de minería aprobada en 2009, el 5% de los beneficios serán para el Estado y el 95% para la empresa explotadora. El empleo creado resulta de muy mala calidad y dura poco. Si comparamos a este sector con otros como la manufactura, la agricultura o los servicios, su capacidad de creación de empleo resulta mínima: de 0’5 a 2 empleos por millón de dólares invertidos. En la América Central, en Chile o Argentina, los lugares dedicados a la minería son los más pobres y empobrecidos del país. En compensación, suelen establecerse los “bonos para la pobreza” financiados con los ingresos petroleros o mineros, una forma de blanquear las estadísticas sobre las poblaciones en el “umbral de la pobreza”: “Bolsa Familia” en Brasil, “Renta Dignidad” en Bolivia, “Bono Solidario” en Ecuador, “Chile Solidario” etc.

En la década 1980-1990, una cuarta parte de los humedales han desaparecido del Canadá; en el gran lago de Ontario –uno de los “cinco grandes lagos en la frontera EEUU-Canadá– están prohibidos el baño y la pesca… El drenaje ácido es uno de los problemas implícitos de las minerías. En las tierras especialmente ácidas como el conjunto de los Andes este problema se agranda. En el 76% de los entornos mineros de los EEUU, se detectan proporciones de cobre, cadmio, plomo, mercurio, níquel, cinc o cianuro peligrosas para la salud –y hablamos aquí de utilización de “tecnologías punta”–. El caso del oro resulta extremo por el uso del cianuro en su procesamiento: para extraer una onza de metal –lo que hace falta para un anillo de boda– hay que lavar 250 toneladas de mineral utilizando 8.000 litros de agua.

Las explotaciones mineras siguen estando en la base de la pobreza, el abandono y la marginación de las poblaciones, ahora como hace siglos. Según la OCMAL (“Observatorio de los Conflictos Mineros de América Latina”), actualmente hay 120 conflictos abiertos entre las poblaciones y las alianzas de gobiernos con empresas metalíferas. La Defensoría del Pueblo de Perú dice que la mitad de los conflictos sociales se generan por estos conflictos.

Referencias:

Ecología política de la mineria en América Latina (Universidad Autónoma de Mexiko)

OCMA, Observatorio de Conflictos Mineros de América LatinaVideo de la marcha desde Pastaza a Quito en 1992

YASUNÍ, SÍMBOLO DE RESISTENCIA

Yasuní (“Tierra sagrada” en lengua waorani) es un parque natural de unos diez mil kilómetros cuadrados ubicado en la Amazonia ecuatoriana que acoge al 10% de la flora mundial –en una hectárea hay más variedad que en toda Norteamérica–. Allí viven los pueblos Waorani, Taromenani y Tagerai, no contactados hasta los 60 del pasado siglo, con un derecho, reconocido actualmente, a mantener sus formas ancestrales de vida. Pero su subsuelo es rico en petróleo, y su explotación comenzó en las pasadas décadas.

Después de sufrir los efectos de las explotaciones petrolíferas, sus pobladores se han movilizado para impedir que prosigan, y para poner en marcha otras iniciativas de desarrollo económico para la región, con implicación internacional (la iniciativa Yasuní-ITT). Cuando Rafael Correa llegó a la presidencia en 2008, prometió respetar ese proceso, pero pronto viajó a China y a los “tigres asiáticos” y negoció créditos a cambio de concesiones. En 2013 dirigió al país entero, pero muy especialmente a los jóvenes, una “declaración solemne” en la que afirmaba que “las riquezas del subsuelo de Yasuni resultaban imprescindibles para sacar a Ecuador de la pobreza”. Sin embargo, fueron especialmente los jóvenes los que le respondieron movilizándose contra el extractivismo minero por todo el país. Para muchos, se trató de uno de los momentos clave en la quiebra de confianza en un presidente que se había disfrazado de verde para llegar al poder.

Desde entonces, se constituyó el movimiento Yasunidos, por todo el país, para articular la defensa del parque y de sus pueblos originarios.

 (Gracias a Kléver Calle por sus informaciones)

QUIMSAKOCHA, LAS FUENTES DE AGUA AMENAZADAS

Se habla de “páramo” en Ecuador para referirse a territorios situados entre 3.500 y 4.000 metros de altitud. A diferencia de lo que ocurre en Europa, hay bosques allí, con árboles que solo crecen a esas alturas, y su riqueza en flora y fauna es inmensa. Y seguramente, su característica más notable es su capacidad para absorber y mantener inmensas cantidades de agua que abastecen a los acuíferos de grandes extensiones de su entorno.

Quimsakocha (“Las tres lagunas” en lengua kichwa), situada en el departamento de Azuay, es uno de estos páramos, dentro del parque natural de Cajas. Su paisaje sobrecoge: no tres sino más de treinta lagunas e infinidad de estanques que nutren de agua los valles cercanos que viven de la agricultura y la ganadería. Tres de los cinco ríos de la ciudad de Cuenca nacen allí.

Su maldición consiste en que su subsuelo, a grandes profundidades, es rico en oro, y los habitantes de su entorno –incluida la propia capital– viven los últimos años bajo la amenaza de su explotación intensiva. Una explotación que rompería inexorablemente el equilibrio ecológico de toda una extensa comarca, y que ha llevado a sus opositores a organizar campañas de concienciación y consultas populares. La que se realizó en la población de Girón la pasada primavera fue una de ellas, y esta atmósfera propició también la elección de Yaku Pérez para el cargo de prefecto de Azuay: la defensa del agua era el punto central de su campaña, y se propone organizar consultas vinculantes para toda la región.

Sus dos primeros intentos han fracasado, pues no consiguió la mayoría suficiente en el consejo de alcaldes, y el Tribunal Constitucional de Ecuador rechazó en septiembre su iniciativa.

Eran las semanas anteriores al último levantamiento indígena que sacudió todo el país.




“PERCIBO UNA TERCERA OLA” ENTREVISTA A YAKU PÉREZ

Yaku Pérez Guartambel abogado, profesor y escritor (Cuenca 1969) es el nuevo prefecto de la provincia de Azuay. Se trata de la primera ocasión en que un indígena ocupa dicho puesto, logrado tras una campaña en la que el punto principal era la defensa del agua. Ocupaba hasta ese momento, desde 2013, la presidencia de ECUARUNARI (“Confederación de los pueblos Kichwa del Ecuador”) parte a su vez de la CONAIE, la confederación que engloba al conjunto de organizaciones indígenas del Ecuador y que fue crucial en las movilizaciones del pasado mes de octubre frente al decreto que pretendía la aplicación de las recetas del FMI para el país.

Esta entrevista fue realizada en el pasado mes de octubre, cuando Yaku llevaba apenas cuatro meses en su nuevo cargo. Había comenzado reduciendo su sueldo a la mitad y dedicando la agenda completa de dos días por semana a recibir a los colectivos o personas que quisieran exponerle sus demandas. No encontré obstáculos para incluir mi visita en uno de esos días.

Pregunta. Hizo su campaña a la prefectura tomando la defensa del agua como punto central, dejando el resto de los importantes temas –las infraestructuras y el desarrollo económico, por ejemplo– en un segundo plano. Pero, tras la victoria electoral, todos estos temas han vuelto a la palestra. ¿Cómo piensa compaginar todos estos asuntos?

Respuesta. Hay que comprender que con “la defensa del agua” no hablamos sólo de defender un bien o un recurso natural: el agua ocupa un lugar central en el mundo que hemos conocido desde antaño y aún sigue vigente. La destrucción de las fuentes de agua arrastraría con ella la de todo un mundo. No solo un paisaje, unos ríos, etc. No hablamos sólo de economía o de ecología; hablamos de la vida, de una determinada forma de entender las relaciones comunitarias… Con ello, es evidente que necesitamos inversiones para desarrollar infraestructuras y para mejorar la vida cotidiana de nuestra gente. Para eso habría que recuperar, por ejemplo los 50 millones que el estado nos debe [a la provincia de Azuay] a cargo de nuestras empresas hidroeléctricas, imprescindibles para desarrollar diversos proyectos de interés público. Contra la publicidad de los grandes poderes, se pueden desarrollar muchos proyectos –desde la agricultura al turismo, siguiendo los modelos de una economía sostenible– que la destrucción extractivista haría inviables.

P. Tras todas estas polémicas se encuentran los proyectos metalíferos y, en Ecuador, desde que comenzaron las extracciones petrolíferas –intensivas en las últimas cuatro décadas y fuente central de los ingresos del Estado– dichos proyectos son considerados estratégicos para el desarrollo económico. ¿Es posible una minería responsable?

R. No nos oponemos a la minería por principio. Estamos contra su explotación en lugares como Kimsakocha, con sus fuentes de agua, o en lugares como la Amazonía. El tema está sobradamente investigado y documentado en este continente y a nivel mundial: destrucción irreversible de todo un entorno a cambio de unas monedas –los principales beneficios recaen siempre sobre las multinacionales–; creación de unos pocos puestos de trabajo precario y la destrucción del tejido social… En Ecuador no se dan las condiciones para una minería responsable. Es por eso por lo que pedimos una moratoria para todos los nuevos proyectos extractivos. Los últimos, aquellos que el anterior presidente [Rafael Correa] firmó en secreto con los chinos que ponen en riesgo todo nuestro sistema hídrico.

P. Aunque la resistencia al colonialismo comienza con el mismo, para los que hemos nacido en Europa en la segunda mitad del siglo XX, Latinoamérica ha sido un referente constante para los movimientos de emancipación. En este tiempo, se han producido dos olas muy importantes: podemos llamar a la primera “La ola insurreccional” de los años 50 y 60, la época de la Guerra Fría. Su referente principal es la Revolución cubana y los movimientos guerrilleros que se extendieron por todo el continente. Una segunda ola busca el acceso a los gobiernos estatales con programas progresistas y triunfa a comienzos del nuevo siglo en situaciones tan variadas como las de Bolivia, Brasil, Uruguay o el mismo Ecuador (con el mandato de Rafael Correa). Estos gobiernos hablan de poner freno al poder de las multinacionales, de dar voz a los movimientos indígenas, etc. En Ecuador, a la presidencia de Correa, la más dilatada de su historia moderna (2008-2017) le sigue la del que fue su vicepresidente, Lenin Moreno, pero la sensación actual es de decepción, incluso de fracaso de estos intentos. Cuando leo sus escritos o escucho sus declaraciones, tengo la impresión de poder estar asistiendo al inicio de una tercera ola que tiene una mayor consideración a los movimientos de base; con aspiraciones políticas pero que cuida la autonomía de esos movimientos.

R. El gobierno de Correa, dicho suavemente, representó una década perdida. Llegó a la presidencia por el apoyo de amplios sectores, pero acabó creando uno de los gobiernos más corruptos y totalitarios de nuestra historia moderna. Volviendo al marco que me plantea, hay que decir que ni la derecha y ni la izquierda tradicional han podido dar una respuesta a las nuevas demandas que la humanidad exige; ciertamente, tampoco a las antiguas. Quizás porque ambas son coloniales si miramos desde su jerarquización, desde el dominio, desde el despojo, desde el patriarcalismo, desde el mercantilismo, desde el capitalismo. Porque, si bien la derecha es más retardataria, atrasada, cerrada; y la izquierda se levanta contra la conculcación de los derechos, cuando llega al poder termina vulnerándolos. Y el más fundamental entre ellos es el derecho a la Naturaleza. El mundo está escrito al revés. Existe la declaración universal de los derechos humanos, pero no la declaración universal de la Madre Naturaleza. Estamos ante una visión completamente antropocéntrica, incluso falocéntrica, que olvida la visión cosmocéntrica que es holística, integral. Y los gobiernos de derecha, liberales, los gobiernos neoliberales, gobiernos de facto dictaduras; así como los gobiernos de izquierda en sus variantes, o esos gobiernos progresistas que me menciona, se muestran incapaces de dar una respuesta a un grito desesperado sobre el futuro de la Humanidad. Diferente a esa falta de respuesta, a la pasmosa indiferencia de esas opciones, empieza a surgir una tercera ola o una tercera vertiente que se sustenta en la cosmogonía, en la cosmovisión de los pueblos originarios; una nueva corriente que es ecologista, y los primeros ecologistas son los pueblos originarios que no entendieron a la tierra como propiedad privada; no la consideraron como objeto, sino como sujeto de derechos, como Madre-Matriz. Por eso la Pacha Mamita, la Madre Tierra; por eso ese respeto, ese cariño, esa dependencia vivencial en relación a la Madre Tierra, a diferencia de las culturas judeo-cristiana y greco-romana que considera a la Tierra como objeto y todos sus textos –tanto la Biblia como el Corán– hablan de someter a la tierra, dominarla y extraer de ella. La vieja y la nueva izquierda dice que esto es necesario “para bien de la Humanidad”, sin importar que esto traiga el expolio de la Naturaleza ya que siempre permanece subordinada al hombre. Por eso se produce el choque de concepciones.

P. Usted proviene del movimiento indígena, y es habitual entre nosotros pensar que los indígenas sostienen reivindicaciones y luchas defensivas, contra la falta de respeto a sus derechos. Pero desde la perspectiva de esa “tercera ola” están ustedes formulando una salida global a una crisis civilizatoria…

R. No nos reducimos a la lucha por los derechos de una minoría. Cuando se habla de los “indígenas”, a menudo se hace desde una posición racista y colonialista. Lo que nosotros trabajamos y proponemos es una respuesta alternativa global enraizada en nuestra propia historia y nuestra cosmovisión frente a una crisis global.

P. Resulta difícil de entender este cambio de enfoque: el paso que hay de reivindicar unos derechos a la propuesta de una visión global, que cuestiona el mismo modelo en el que se generan los conflictos. Entiendo que no se reivindica la preservación de unas costumbres, de un pequeño legado –con la posible idealización del mundo antiguo–, sino que se trata de una réplica global, una “enmienda a la totalidad” del modelo de progreso. Y esto nos pone sobre la pista de una segunda cuestión: la relación del indigenismo, como alternativa global, con aspectos de tipo ritual o espiritual de las tradiciones ancestrales; una cosmogonía o una visión del mundo que, revisando la historia de los pueblos, remueve el concepto mismo de identidad colectiva. No es fácil comprenderlo desde Europa. Y no tanto desde cierta posición antropológica, sino por su grado de politización en la directa y estrecha relación de estos aspectos con las luchas ecológicas, sociales y políticas. En Europa, a diferencia de aquí, se trata de ámbitos separados.

R. No existe posición política a la que no subyazga una cosmovisión. Europa nunca entendió que, además de un reino mineral, vegetal, y animal, existía un reino espiritual. El cuatro es un número sagrado: las cuatro puertas de la chacana, las cuatro fuerzas del Universo, las cuatro dimensiones… Europa se olvidó del cuarto reino, el espiritual. Cuando Europa llegó acá consideró las manifestaciones vivas de este reino como brujería, hechicería, atraso… algo diabólico. Como no las entendió, las invisibilizó, las criminalizo, las persiguió. Pero nosotros hemos demostrado, incluso científicamente, que esa espiritualidad existe; que sin ella no habría emociones, sentimientos ni resentimientos; las tristezas y las alegrías. Y hemos demostrado que todo es vida: la piedra, el agua; que todo está impregnado de espíritu. Es una idea que empieza a calar entre los jóvenes, a través de la sensibilidad ecológica actual. Y es ahí donde nace la esperanza; los sueños, las utopías… sin los jóvenes no vamos a ningún lado. Los jóvenes comienzan a darse cuenta de la crisis climática que señala una crisis civilizatoria… Hay que defender el agua, hay que defender el Yasuni, hay que defender el Tipnis, la Amazonía… y la rebeldía de los jóvenes y su irreverencia va rompiendo esquemas y paradigmas que hacen revivir la vieja idea de que otro mundo es posible. Se trata de un nuevo ideario que, promoviendo acciones pequeñas tenga impactos globales. Los que defienden el agua aquí o en India tiene impacto en los Himalaya; lo que hacen con el Danubio impacta en Madagascar. Cuando converge el conocimiento científico con los mitos y los ritos ancestrales y su potente iconografía, sintonizamos con los jóvenes y la esperanza.

P. En este choque, da la sensación de que estuviéramos ante fuerzas monstruosas invencibles. Y también de que se trata de una resistencia de otra naturaleza. Pero, ante fuerzas tan poderosas, de unos retos que aparecen como insuperables ¿de dónde surge la fuerza y la esperanza? Y ¿cuál es su pronóstico tras su acceso a un cargo político como la prefectura de Azuay?

R: He visto que no hay imposibles en la vida. Parar a una multinacional china con todo su poder parecía una ilusión, pero terminó siendo un sueño que se hizo realidad con la consulta de Quinsacocha del pasado mes de marzo. Algo que hace veinte años era imposible de plantear. Aquí se rebasan las fronteras de izquierda y derecha cuando aparecen nuevas formas que podríamos llamar biocentrismo o comunitarismo, que rebasa el socialismo, el comunismo y el capitalismo. No reniego de las grandes doctrinas y los aportes del movimiento comunista, pero se quedó corto frente a las cuestiones de género, frente a los pueblos indígenas, frente a los derechos de la naturaleza. Por eso surge esta nueva propuesta que no es un esquema cerrado, sino una visión amplia y abierta intercultural y plurinacional. No somos sectarios, “indigenistas”, y percibo que cada vez más jóvenes lo comprenden así. Ahí radica nuestra esperanza.

Tres amplias entrevistas a Yaku Pérez en video:

Entrevista de 2016 en A Quemarropa

Minería y consulta popular, 2019Tras la incorporación a la Prefectura, 2019




HACER FRENTE A LO IMPOSIBLE Y CONSTRUIR LO POSIBLE

Ocho muertos, 1.340 heridos, 1.192 detenidos y el decreto 883 derogado. Éste podría ser el escueto balance del alzamiento de once días vivido el pasado mes de octubre en Ecuador. Pero no hace falta profundizar demasiado para percibir algunas señales significativas, más allá de los estereotipos. Y, entre todas, destacar una imagen: tras los insultos y la dura represión –“zánganos”, “títeres del corrupto Correa y de Venezuela”, “¡volved al páramo!”…–, las autoridades obligadas a sentarse ante las organizaciones indígenas erigidas como legítimas representantes populares, a escuchar sus ponderadas respuestas y hacer cumplir sus exigencias. Y no se trata solamente del rechazo a unas medidas económicas, sino de una imagen que expresa la naturaleza y la consistencia de una realidad plurinacional.

Pero no pensemos en una victoria definitiva. No sabemos cómo formulará en adelante el gobierno las medidas impulsadas por el FMI y las respuestas que generarán. Pero conviene recordar que no se trata más que del último eslabón de las contundentes movilizaciones indígenas de los últimos decenios. En 1992, los nativos de la Amazonía en la región de Pastaza consiguieron, tras una marcha a pie de 500 kilómetros hasta Quito, el reconocimiento de sus derechos sobre el territorio que habitaban secularmente. Las movilizaciones de 1994 y 1995 detuvieron el plan de privatización de los suelos comunales y los seguros sociales campesinos. Entre 1997 y 2000, cayeron los gobiernos neoliberales y sus presidentes Abdalá Bucaram y Jamil Mahuad. A continuación, las cosas se complicaron por la colaboración de algunos indígenas en los gobiernos y el apoyo a Rafael Correa y su “revolución ciudadana”. Pero su máscara cayó definitivamente con las movilizaciones indígenas contra el extractivismo y la defensa del agua y su represión en 2015. El desencuentro se ha hecho patente también en las últimas movilizaciones.

Los pueblos originarios de Ecuador son los colectivos sociales más concienciados y organizados del país, y han demostrado su legitimidad a la hora de enfrentarse y negociar con el último gobierno, más allá de sus intereses particulares. A diferencia de lo que ocurre en países de su entorno –en Colombia, Perú o Bolivia, por ejemplo–, los indígenas de la Amazonía y los de la sierra están confederados en una sola organización, lo cual no quiere decir que en la misma no convivan criterios y tendencias muy diversas. Mientras tanto, en las grandes ciudades –en Quito, y más aún en Guayaquil, siguen imperando las oligarquías criollas– los indígenas siguen sufriendo ataques racistas cotidianos.




INDÍGENAS, COLONOS, MISIONEROS (verano de 2019 en Ecuador)

(versión castellana de la publicación en ARGIA: https://www.argia.eus/argia-astekaria/2667/indigenen-olatu-berria)

Cada continente es demasiado grande para cada uno de nosotros.; en nuestro fuero interno, representa la dimensión de la tierra. Más allá de él, los mares y los cielos, y ese símbolo del infinito y de toda trascendencia que llamamos horizonte. Pero América –Abya Yala para sus pueblos originarios– no es un continente más. Además de ser, junto con Asia, el más extenso, es el único que va del extremo norte al extremo sur del planeta –la unidad sin cortes de Europa y África podría servirnos de referencia en más de un aspecto.

Ecuador ocupa un lugar particular en ese universo, y no sólo porque está situada en su “cintura”. También porque recoge en sí mismo las tensiones y las distensiones de todo el continente. En el siglo de las independencias de los Estados americanos, fue tironeado por unos para formar parte de la “Gran Colombia”, y por otros para ser absorbida por Perú (las guerras intermitentes con este país no han cesado desde entonces, la última acabó en 1995). Aunque menor en superficie que los países que la rodean, alberga en su seno enormes contrastes: pueblos andinos y culturas de la Amazonia y la costa; el desierto y la selva; ciudades a más de tres mil metros de altitud y costas tropicales; gentes de todos los orígenes y, sobre todo, una gran variedad de pueblos originarios, los “indígenas” que representan una parte muy notable de su población, y la parte mejor estructurada y con mayor potencial social, aunque secularmente marginada y despreciada.

Son pocas las noticias que nos llegan desde allí hasta este lado del mundo, pero los disturbios del pasado mes de octubre han vuelto a colocarla en nuestros noticiarios, con el peligro de que la juzguemos con nuestros propios esquemas. Intentaré ir algo más allá en las páginas que siguen.

Los antiguos viajeros necesitaban más de un mes para cubrir la distancia que separa a Europa de América; un tránsito excesivo para transitar, con medios tan frágiles, el profundo, poderoso y caprichoso abismo del océano. No es extraño que aquellos navegantes de hace 500, 400 o 200 años se postraran en tierra y agradecieran a los dioses o al destino su fortuna, sintiéndose muy poca cosa.

Cuánto ha cambiado esta percepción para cualquiera de nosotros que embarca en Madrid o París y aterriza en pocas horas –apenas un día– en Nueva York o en Buenos Aires. El cuerpo percibe el choque del desplazamiento que achacamos al cambio horario, el jet lag. No entenderíamos a aquellos nativos que unos exploradores contrataron para su viaje a pie por los Andes –según cuenta Michael Ende en uno de sus apuntes– y que, en medio de su tercer día, se sentaron en el suelo sin dar ninguna explicación y sin reaccionar a los ruegos y a las amenazas de los blancos. Dos días después, y con las mismas, volvieron a ponerse en marcha. “Habíamos ido demasiado aprisa, por eso tuvimos que esperar hasta que nuestras almas nos dieran alcance” fue su explicación varios días después.

Queriendo conjurar todo esto, me dirigí a América para tres meses el pasado verano; de este a oeste primero, sin cambio de latitud, –de Madrid a Nueva York–; de norte a sur unas semanas después, pasando por Martinica. Por fin, alejado en el tiempo de Europa –“recogida mi alma”– aunque rodeado siempre de europeos de origen, di el salto hasta Ecuador. Pasé allí de la costa de Guayaquil a los 2.560 metros de altitud de la ciudad de Cuenca, 300 kilómetros por debajo de la línea del ecuador, y allí se produciría el cambio más radical: más allá de mis amigos, la mayoría de sus habitantes no es de origen europeo, y uno tiene la impresión de moverse por un tiempo que no le pertenece.

Como “turista concienciado” me tenía prohibidos los hoteles y los circuitos turísticos. Si paré en Cuenca fue por la invitación de mi amiga Pilar que residía allí desde hace tiempo. No me movería de la ciudad si no era con los medios y para los viajes que realiza cualquier vecino. Paseando por sus calles, comiendo en sus mercados o acercándome a su biblioteca y su casa de cultura, tenía la impresión de tocar algo de la vida europea hace cien o doscientos años, consciente a la vez de su absoluta contemporaneidad. En su casco antiguo –“Patrimonio Cultural de la Humanidad”–, abunda la arquitectura de la época colonial, aunque los patios de las casas hayan sido transformados en parqueaderos para coches. Al mismo tiempo, los establecimientos de artesanos zapateros, panaderos, costureros, abogados o mecánicos, ocupan la mayoría de los bajos de casas de una o dos alturas y a menudo sirven a la vez de vivienda y taller. Como si la era digital se hiciese esperar, a no ser por la cantidad de tiendas de telefonía que llenan también las calles. O los establecimientos con las últimas novedades en cine y música en CD o DVD, tan abundantes y recién descargados de la red, lo mismo que los libros que se venden fotocopiados en cualquier papelería a módicos precios.

Comedor en el mercado 10 de agosto en Cuenca

Aceptando la primera invitación, me dirigí en bus hacia la montaña, acompañando a un chamán cargado de bultos. No tenía aspecto de “indio”, pero iba a dirigir la ceremonia de clausura de un encuentro de jóvenes promovido por la prefectura recién elegida. Según ascendíamos –de los 2.500 a los 3.000 metros– el paisaje se iba transformando: las tierras de cultivo y las plantaciones de eucaliptos de la parte baja, se transformaban en bosque primario con variedades desconocidas para mí, junto con caseríos y ganado. El bus nos dejó en un pueblo de montaña, y allí mi anfitrión tuvo que regatear con varios taxi-pick-up hasta cerrar el trato. La carretera asfaltada acabó pronto, y tras perdernos un par de veces por pistas de bosque, llegamos a la sede del encuentro, un lugar espléndido bajo la doble cascada de unos 100 metros de caída –el chorro de Girón– que surgía de las planicies de lagunas de Kimsakocha. Una portavoz del encuentro me explicó que se habían reunido durante cuatro días unos doscientos jóvenes del cauce del Jibones y de los alrededores de Cuenca. Habían bautizado al encuentro como “Yaku Wambrakuna”, uniendo los términos “agua” y “juventud” y, cuando llegamos, representaban con música y teatro la lucha por el agua frente a poderosos enemigos. A continuación, leyeron el comunicado que cerraba las jornadas: “…el análisis de la realidad circundante nos llena de tristeza y desesperanza y hoy con rebeldía, como lo hicieron nuestros antepasados nos replanteamos resurgir como portadores de la esperanza para esos cambios profundos y urgentes que nuestros corazones tanto anhelan… los jóvenes no heredaremos esa práctica política decadente donde la inversión económica es el eje principal para comprar y engañar conciencias, al igual que rechazamos que las luchas sociales se utilicen como plataformas políticas… Planteamos que la política se fundamente en la austeridad y en la ética, y asimismo llamamos a sumarnos a esas luchas colectivas que buscan fines comunes, reconociendo las diversas formas de expresar la lucha como las movilizaciones, la comunicación y la cultura que convierte al arte, para nosotros los jóvenes, en herramienta fundamental para generar conciencia y fortalecer nuestras luchas”. Me sorprendió el tono de aquellas palabras, su madurez. A continuación, un ritual que se prolongó por un par de horas, alrededor de una gran “chacana” dibujada en el suelo con las semillas de diversos colores, base de la agricultura tradicional, con una espiral en el centro. Este mandala –una cruz regular y un cuadrado menor, superpuestos– señala las puertas a las cuatro direcciones cargadas de simbolismo. Fuego, cánticos, danzas, silencios… Para acabar, la “pampa mesa”, la comida comunitaria tradicional donde se comparten los alimentos sobre un largo mantel extendido en el suelo, de donde cada uno toma lo que necesita.

La palabra yaku (“agua” en kichwa) estaba muy presente en ese entorno y era, justamente, el nombre que había adoptado para sí recientemente el primer indígena elegido para prefecto de la región del Azuay. Yaku Pérez Guartambel había sido presidente de la principal confederación de los pueblos kichwa de la sierra ecuatoriana (ECUARUNARI), constituida cincuenta años atrás. Se había destacado en las luchas por la defensa del agua contra las políticas de extractivismo minero para Kimsakocha, y había sido detenido en repetidas ocasiones. Era una de las figuras destacadas del movimiento indígena ecuatoriano y andino. ¿Sería posible concertar una cita con él? Sí que lo sería. En su agenda, reservaba dos días por semana para recibir a cualquier persona o colectivo y escuchar sus demandas. Bastó con indicar mi interés a la persona que organizaba sus recepciones para concertar nuestra cita.

Chakana en el encuentro juvenil de Girón

Disponía de una semana y me acerqué a la biblioteca para conocer los libros que había publicado. Abogado de formación y profesor universitario de derecho, su obra más extensa trataba de la justicia indígena. Más recientemente había publicado “Agua u oro. Kimsakocha, la resistencia por el agua”, “Reforma educativa y etnocidio cultural” (desde el consejo de gobierno de ECUARUNARI) y, finalmente, “La Resistencia”. ¿Qué condiciones se me hubieran requerido en Europa para entrevistar a un prefecto regional como el de Azuay, que incluye la tercera ciudad en población del país? Nos movíamos con parámetros diferentes.

Como en casi toda América, me iba encontrando con una gran cantidad de apellidos vascos. En un viejo convento, me contaron las hazañas y la muerte violenta del espadachín Zavala. Los Ochoa, los Larrea o los Luzuriaga eran corrientes. Y, cómo no, los Aguirre. Por estos parajes deambuló el conocido héroe o antihéroe que desafió abiertamente al todopoderoso emperador Felipe II en busca de El Dorado y de camino a la conquista del Perú. “¿Vascos?”, me preguntaban algo sorprendidos los que escuchaban mis comentarios etimológicos –aquello significaba bien poco por allí.

Según los datos publicados, sólo un 8% de la población encuestada en Ecuador se tiene por “indígena”, mientras que los líderes de sus comunidades calculan que se trata de un 30%. No es difícil entender el desfase: tras siglos de racismo y desprecio, una mayoría asume la supervivencia humillada. Pero las cosas se transforman cuando la comunidad se levanta, y las organizaciones indígenas asumen el liderazgo. En las pasadas revueltas de octubre, los transportistas y los sindicatos obreros respondieron también de inmediato contra el decreto del gobierno, pero recularon en seguida. No así los indígenas, que anunciaron su marcha a la capital. Bastó ese anuncio para que el gobierno se trasladara de Quito a Guayaquil, “una ciudad más segura”, contra lo que proclaman las estadísticas y las páginas de sucesos de los diarios. Una semana más tarde, el gobierno y el resto de mandatarios accedían a sentarse en Quito con los representantes de la CONAIE, la federación que reúne a los pueblos originarios, tanto de la sierra como de la selva, para retirar públicamente el decreto que había ocasionado las movilizaciones. Hasta ese momento los movilizados, duramente reprimidos, no recibieron más que insultos y amenazas –“holgazanes”, marionetas al servicio del gobierno venezolano, del corrupto expresidente Correa, terroristas…–. “¡Volved al páramo!”, les gritaban en la calle; aunque no fueron pocos los que les acogían y apoyaban. Finalmente, los poderosos tuvieron que aceptar la negociación directa ante las cámaras de televisión y la retirada del “decretazo”.

¿Qué es lo que hace diverso este lugar?, me preguntaba una y otra vez, aun antes de estos disturbios. Había regresado y seguía a diario las noticias que llegaban, los análisis que los medios progresistas hacían de la situación. Efectivamente, se trataba del rechazo de las medidas neoliberales impuestas por el FMI, pero había algo más que no percibían, por ejemplo, los eurodiputados de izquierdas que flanqueaban a Correa desde Bruselas. Los esquemas y los estereotipos (“gobiernos y movimientos progresistas frente a políticas neoliberales de gobiernos de derechas”) siguen imponiéndose, haciendo tabula rasa de todo lo que recorre el continente, pero algo que particulariza cada lugar –acaso lo más significativo– se nos sigue escapando.

Las ocho semanas que viví en Cuenca pasaron rápidamente. Tuve ocasión de acercarme a Macas, la ciudad en el Amazonas construida al calor de las primeras explotaciones petroleras en los 70, y de hacer una excursión por el parque natural de Cajas, el “paramo” entre 3.500 y 4.000 metros de altitud. Aunque nosotros identifiquemos ese término con zonas desérticas, algo muy distinto ocurre allí: la flora y la fauna son de una riqueza extraordinaria, y existen bosques con árboles que sólo crecen en esas alturas. Urracas de color turquesa, osos y lobos autóctonos, las familias de los pequeños camélidos: alpacas, vicuñas, llamas… Y el agua impregnándolo todo: lagunas y estanques, y un musgo empapado que tapiza la tierra. Aunque me costaba respirar, no podía abandonar la ilusión de percibir algo del mundo anterior a que el ser humano lo dotara de nombre.

En el Parque Nacional de Cajas

Los pueblos originarios del continente se hacen constantemente presentes también en Ecuador; tan negados como presentes, e incluso el nombre con el que lo asignamos con naturalidad –América– comienza a ser cuestionado frente al “Abya Yala” con que ellos lo nombran.

En los apellidos, en las placas de calles y plazas, los nombres de origen europeo lo ocupan todo, y un “turista concienciado” como yo tiene sentimientos encontrados. Quizá de sentimientos semejantes, aunque mucho más intensos, surgiera la “tercera vía” que algunos adoptaron: la opción de los misioneros. Una opción ambivalente desde el comienzo, al servir de coartada legitimadora para la más cruda de las opresiones y, a la vez, de primera y casi única denuncia de las mismas. Aproveché mis visitas a Quito y a Guayaquil para reencontrarme con algunos amigos de juventud que habían hecho esa opción extrema. Después de tantas décadas, me resultaba entrañable lo cerca que podíamos sentirnos, y volví a pensar que esta vía, vigente desde el inicio de la conquista, merecería una consideración más atenta. El apoyo internacionalista de los voluntarios que se sumaban a los movimientos guerrilleros de los 70 y los 80, así como la entrega de algunas ONG, pertenecen, sin duda, a esta “tercera vía”.

Pero no estaba en la Cuba de los 60, en la Nicaragua de los 80 ni en el zapatismo de Chiapas del cambio de siglo. No es que Ecuador no hubiera tenido sus movimientos guerrilleros pero, como tantas otras cosas, nos habían pasado desapercibidos –la verdad es que tampoco ayudaba que el último de ellos, que entregó sus armas en 1991, tuviera un nombre más propio de un corrido mejicano, el AVC, “Alfaro Vive, Carajo!” que de un movimiento de liberación–. Pero ahí continúan los misioneros, y las iglesias católicas rebosan de fieles y, según me contaron mis amigos misioneros, algún religioso se interna aún en la selva, y es adoptado por los pueblos más apartados convirtiéndose en uno más de entre ellos…

Son impresiones tan sutiles como duraderas que me quedan como otro aire que aún pudiera respirar, y que más de una vez me conducen a la cuestión: ¿con cuál de las tres posiciones vitales –la del colono, la del indígena y la del misionero–debería identificarme? Mientras tanto, procuro que el trato delicado y las poderosas medicinas que me ofrecieron surtan sus efectos.

Vendedoras en el mercado 10 de agosto en Cuenca

Algunas referencias:

INREDH, por los derechos humanos, de los pueblos y la naturaleza https://www.inredh.org/

Revista Andina de Estudios Políticos: http://www.iepa.org.pe/raep/index.php/ojs

Organizaciones de los pueblos originarios de Ecuador:

Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador (CONAIE)

Confederación Kichwa del Ecuador (ECUARUNARI)

Federación de Organizaciones Indígenas y Campesinas de Azuay (FOA)

(Mil gracias a Pilar, Riqui, Lurdes, Ana, Kati, Daniava, Rodrigo, Bernardo, Yaku, Kléver, Santiago, Celso, Mónica, Josetxo, Juan Mari… y a tantos otros que me permitieron sentirme como en casa).